30 de noviembre de 2007
BULA... Fiji !!!
17/11 - Ya estoy en Fiji, segunda parte de mi trayecto. A las 14:30 el avión aterrizaba bajo una débil lluvia. Aprovechando que llegaba el fin de semana quise tener asegurada habitación y desde Aukland, mediante internet, reservé 3 noches en el Tropic of Capricorn, en New Town Beach, una pequeña playa, cerca del aeropuerto, a 5km de Nadi. Esperaba que me recogieran en coche, como suele ser habitual aquí, y me llevaran al hotel, pero en "Llegadas" no había nadie del hotel. La cosa es que no tenían transporte, según ellos cuando los llamé por teléfono, por lo que tuve que coger un taxi y me lo pagaron al llegar al hotel. Disponen de bastantes habitaciones distribuidas en 3 pisos. Las más baratas son las de 5 literas de 2 camas cada una. La más cara es doble con AirCon, balcón y vistas a la playa. El hotel tiene una pequeña piscina junto al salón-bar donde cuelga una enorme TV de pantalla de plasma. En el exterior, el césped y la arena se juntan. Varias mesas de madera con sillas componen el mobiliario playero, y no tienen sombrillas. En los hoteles de al lado si que las tienen, con hamacas de plástico y también hamacas de cuerdas colgado entre palmeras. Que envidia!!. Me quedo en una habitación doble, yo sólo, por 25$ fiji (1e= 2,25$fj) en un segundo complejo, un antiguo hotel a 50mt del principal, y que están adecentando. No está mal para los precios de la zona, pero la playa no es nada bonita. Es de arena negra y piedras, bastante mal cuidada. Muy pocos locales van a la playa.
El domingo, un reconocimiento por todo lo largo de la playa, unos 3km, me llevó hasta un grupo de 12 filipinos, que trabajan en una empresa eléctrica en Lautoka, y que estaban pasando el día bajo los pinos de una zona. Se habían traído una caja de botellones de cerveza Fiji y un televisor con micrófono para karaoke. Entre cervezas, canciones y baños menudo "cante" dimos. Por cierto, adoran a Julito Iglesias. Incluso la "Macarena" de los del Río.
Dos o tres noches por semana cada complejo, en la playa, se trae su particular grupo de atracción. Y todos son de danzas polinesias y malabares con fuego.
Ahora me estoy quedando en Nadi. Es la tercera ciudad más habitada, bastante fea, algo sucia, y lo único interesante que tiene es el templo hindú Sri Siva Subramaniya Swami, dedicado a Shiva. Me he enterado que el viernes próximo comienza la semana del Bula Festival, donde participarán grupos de bailes y cantos fijianos, polinesios e hindúes. Y de colofón, para mi sorpresa, un concurso de Drag Queens (Priscila Contest) fijiano. Esto es para no perdérselo. .. pues me quedo una semana más aquí. Hice dos noches en el hostal Nadi Down Town Backpackers, pero por lo mal profesionales que han sido conmigo me he cambiado al Nadi Hotel, mucho más limpio, la gente estupenda y tiene también una pequeña piscina en el jardín. Con hamacas!!... pero sin sombrillas... El tiempo ha estado de momento de mi parte, apenas ha llovido. Y si lo hace es par de horas. He visitado la ciudad de Lautoka, de calles mucho más amplias, con un pequeño paseo marítimo, y grandes zonas ajardinadas. Si no fuera por el festival me hubiera quedado par de días aquí.
El domingo, un reconocimiento por todo lo largo de la playa, unos 3km, me llevó hasta un grupo de 12 filipinos, que trabajan en una empresa eléctrica en Lautoka, y que estaban pasando el día bajo los pinos de una zona. Se habían traído una caja de botellones de cerveza Fiji y un televisor con micrófono para karaoke. Entre cervezas, canciones y baños menudo "cante" dimos. Por cierto, adoran a Julito Iglesias. Incluso la "Macarena" de los del Río.
Dos o tres noches por semana cada complejo, en la playa, se trae su particular grupo de atracción. Y todos son de danzas polinesias y malabares con fuego.
Ahora me estoy quedando en Nadi. Es la tercera ciudad más habitada, bastante fea, algo sucia, y lo único interesante que tiene es el templo hindú Sri Siva Subramaniya Swami, dedicado a Shiva. Me he enterado que el viernes próximo comienza la semana del Bula Festival, donde participarán grupos de bailes y cantos fijianos, polinesios e hindúes. Y de colofón, para mi sorpresa, un concurso de Drag Queens (Priscila Contest) fijiano. Esto es para no perdérselo. .. pues me quedo una semana más aquí. Hice dos noches en el hostal Nadi Down Town Backpackers, pero por lo mal profesionales que han sido conmigo me he cambiado al Nadi Hotel, mucho más limpio, la gente estupenda y tiene también una pequeña piscina en el jardín. Con hamacas!!... pero sin sombrillas... El tiempo ha estado de momento de mi parte, apenas ha llovido. Y si lo hace es par de horas. He visitado la ciudad de Lautoka, de calles mucho más amplias, con un pequeño paseo marítimo, y grandes zonas ajardinadas. Si no fuera por el festival me hubiera quedado par de días aquí.
26 de noviembre de 2007
De vuelta a Rarotonga. Los últimos días.
12/11 - El lunes 12 es la fecha del billete de vuelta a Rarotonga. Era el más barato que conseguí por lo que tengo que salir a las 6:45 de Aitutaki. Desde muy temprano el chofer de la guagua que tiene servicio con el aeropuerto me espera en la puerta de Jossie. Hace 2 días quede con él para que me recogiera. Aquí funciona de esta manera, pues todos se conocen. Vuelo perfecto de 45 min.. El día esta despejado y desde la ventanilla del avión se podían tomar muy buenas fotos. Quería terminar los días en la Laguna de Muri, y desde Atiu había intentado reservar habitación en Aremango Guest House, pero toda esta semana estaba a tope. A parte, el sábado es la regata anual de piraguas alrededor Rarotonga, por lo que equipos de todo el pacífico se vendrían para acá.
De nuevo me quedo en Tiare Village. También por teléfono, conseguí reservar habitación. La única solución sería alquilar una bici y moverme a Muri y otros sitios. Como hay una guagua cada hora tampoco es para desilusionarse mucho, aunque eso de levantarme casi en la orilla de la playa como que motiva más. Pero es lo que hay. Esta vez me quedo en una de las casitas de madera de dos plantas y techo a dos aguas que hay en el exterior del complejo. Me toca la habitación que tiene dos colchones sobre un tatami en la planta alta. En frente, en otra más pequeña, con un colchón, se aloja un americano que lleva varias semanas aquí. En la de abajo, en una cama, otra americana. Tenemos un salón-cocina, un pequeño frigorífico, que apenas entra lo de los tres, y un radio-cassete-cd. El día estaba perfecto para pedalear toda la isla con varias paradas para las fotos de rigor. Un surfero intenta coger olas en la barra del arrecife. Tarda casi 10min cada serie de olas en romper. No son muy grandes y recogen mucho sobre el arrecife. El tiempo que estuve observándolo no cogió ninguna que se pudiera decir buena. Los siguientes días fueron poco más o menos lo mismo. Algunos baños en Black Rock, la playa de Aro'a, donde se puede dar de comer a peces bastante grandes, y hasta tocarlos. Por internét he intentado comprar un trayecto entre las isla Fiji-Samoa-Tonga-Fiji, pero ha sido tan complicado y difícil que sólo he podido comprar un billete con Air Pacific a las islas Fiji, mi siguiente destino, pero haciendo parada en Aukland. Vaya putada, volver para atrás para volver de nuevo hacia adelante. Allí lo intentaré de nuevo, y al menos espero que me salga más barato. El miércoles noche es especial aquí en la capital para los noctámbulos, pues hay mucha marcha en varios locales de la zona del pequeño muelle deportivo, y como hay gente de varios países se monta una buena. Aunque todo acaba a las 2 de la mañana.
Y la última noche en Rarotonga, a las 19:30 pude asistir a un Island Night, que consiste en Cena+Baile tradicional, por 30$n.z. Un grupo de baile polinesio y otro de canto, y un comentarista que explica todos los bailes y las diversas formas de vestir pareos polinesios a un grupo de extranjeros que han venido a cenar. Como no ceno, sólo pago 5$ por verlos bailar. A las 22:00 acaba el show, justo para volver al apartamento, recoger la mochila, y John, el americano, me alcanza en su moto de alquiler al aeropuerto.
A la 1:30 de la mañana cojo vuelo hacia las islas Fiji, llegando a las 14:45 un día más tarde...
De nuevo me quedo en Tiare Village. También por teléfono, conseguí reservar habitación. La única solución sería alquilar una bici y moverme a Muri y otros sitios. Como hay una guagua cada hora tampoco es para desilusionarse mucho, aunque eso de levantarme casi en la orilla de la playa como que motiva más. Pero es lo que hay. Esta vez me quedo en una de las casitas de madera de dos plantas y techo a dos aguas que hay en el exterior del complejo. Me toca la habitación que tiene dos colchones sobre un tatami en la planta alta. En frente, en otra más pequeña, con un colchón, se aloja un americano que lleva varias semanas aquí. En la de abajo, en una cama, otra americana. Tenemos un salón-cocina, un pequeño frigorífico, que apenas entra lo de los tres, y un radio-cassete-cd. El día estaba perfecto para pedalear toda la isla con varias paradas para las fotos de rigor. Un surfero intenta coger olas en la barra del arrecife. Tarda casi 10min cada serie de olas en romper. No son muy grandes y recogen mucho sobre el arrecife. El tiempo que estuve observándolo no cogió ninguna que se pudiera decir buena. Los siguientes días fueron poco más o menos lo mismo. Algunos baños en Black Rock, la playa de Aro'a, donde se puede dar de comer a peces bastante grandes, y hasta tocarlos. Por internét he intentado comprar un trayecto entre las isla Fiji-Samoa-Tonga-Fiji, pero ha sido tan complicado y difícil que sólo he podido comprar un billete con Air Pacific a las islas Fiji, mi siguiente destino, pero haciendo parada en Aukland. Vaya putada, volver para atrás para volver de nuevo hacia adelante. Allí lo intentaré de nuevo, y al menos espero que me salga más barato. El miércoles noche es especial aquí en la capital para los noctámbulos, pues hay mucha marcha en varios locales de la zona del pequeño muelle deportivo, y como hay gente de varios países se monta una buena. Aunque todo acaba a las 2 de la mañana.
Y la última noche en Rarotonga, a las 19:30 pude asistir a un Island Night, que consiste en Cena+Baile tradicional, por 30$n.z. Un grupo de baile polinesio y otro de canto, y un comentarista que explica todos los bailes y las diversas formas de vestir pareos polinesios a un grupo de extranjeros que han venido a cenar. Como no ceno, sólo pago 5$ por verlos bailar. A las 22:00 acaba el show, justo para volver al apartamento, recoger la mochila, y John, el americano, me alcanza en su moto de alquiler al aeropuerto.
A la 1:30 de la mañana cojo vuelo hacia las islas Fiji, llegando a las 14:45 un día más tarde...
23 de noviembre de 2007
...y en Aitutaki...
7/11 - Andrea me alcanza al aeropuerto, pero de paso vamos a la tostadora de café del marido a recoger 8 cajas para enviar a Aitutaki y Rarotonga. Es el más que se consume en las Cook. También importan a N.Z. con una muy buena aceptación. Tiene un buen olor pero es muy ligero de sabor. Quizás me haya acostumbrado al J.S.P., que me gusta mucho más. De nuevo el bimotor de 10 plazas, y ahora vuelo con una pareja de neozelandeses y dos estudiantes de cine que están haciendo un reportaje de la compañía aérea. Se pasaron todo el trayecto filmando las maniobras del piloto. El fuerte viento hacía tambalear al aparatito a cada rato. Pasamos por varios atolones, el más bonito el de Manaue, un doble atolón deshabitado y reserva marina, donde ponen huevos las tortugas, lugar de reunión de muchísimas aves, bordeada de blanca arena y llena de alta vegetación. Pero lo más sorprendente es la llegada a la enorme laguna coralina de Aitutaki, mientras el avión va descendiendo, entre sus 15 atolones y sus 12km de ancho por 5km de largo. Es un acuario natural de colores verde-jade, turquesas y azul índigo, bancos de corales anaranjados y verdes, y de arenas blancas. En 45min. aterrizamos en una de las dos pistas que tiene el aeropuerto, construida por los americanos en la segunda guerra mundial. Ésta es la segunda isla mas visitada por los turistas. El bus del aeropuerto me llevaba a Arutama, a ca'Jossie, una anciana de 85 años que lleva casi toda su vida hospedando a visitantes en su ahora viejísima casa de chapas de madera. Tiene 3 habitaciones con cama doble y mosquitero, y otras 3 de 2 camas, una cocina destartalada de vitro, separada del comedor por un tablón de madera, y un baño con ducha para los que se hospedan, que da pena lo poco cuidada que lo tiene, porque ella ya casi no puede. Dice que más de 4 personas no acoge. Los mosquitos abundan en todo el inmueble, además de miles de hormigas que suben en ordenada fila al cubo con basura de varios dias, y alguna que otra chopa bien servidita. Ah, y un ratón que se a adueñado de la cocina y que lleva meses intentando atrapar pero que ya se conoce los trucos de Jossie. En el exterior tiene un patio-pasillo, entre macetas de enormes plantas que cuida mucho, y el jardín donde no se puede sentar en ninguno de los 3 tresillos de madera porque están llenos de ropa para planchar, o para guardar, o para coser, o para... no sé!. Está todo lleno de ropa de todas las tallas y colores. Ahí estuvieron hasta que me fuí...! Jossie vive tras una pequeña cortina que separa los dos inmuebles. Apenas sale a la calle, sólo para ir a misa o alguna que otra vez visitar a una amiga. O se pasa toda la tarde pintando flores en lo que parece ser un mantel. También corta alguna blusita "a su manera". Cuando termine la que tan afanosamente trata de cortar, seguro que la pondrá sobre el tresillo del patio. Desde Atiu había reservado una habitación en su casa por teléfono. Fué una mala elección, pero me daba pena marchar. Su hija tiene otro complejo al norte, en la estrecha playa de O'otu junto al canal que separa al motu Akitua y donde se encuentra uno de los Resort mas caro de la isla. Esa misma tarde alquilé una bicicleta para conocerla. Estaba terminándola de arreglar y en unos dias la volvería a abrir al visitante, tras atravesar la isla de este a oeste, que no tiene mas que 2km de ancho por 9 de largo. El día estaba completamente despejado, pero el fuerte viento del Este me hizo pedalear frenéticamente sin apenas avanzar paralelo a las dos pistas de aterrizaje que casi llega hasta el lugar. Y llegué, reventado. Un refrescante baño y unas papayas cogidas durante el recorrido de los abundantes papayeros que se encuentran por cualquier lado.
La carretera principal va desde el aeropuerto hasta el muelle de Arutanga, pasando por innumerables casas terreras, de una o dos plantas, cabañas turísticas y varias iglesias. Entre ellas , junto al muelle, la cristiana, construida en 1828, es la más antigua del archipiélago. Y se caracteriza por ser la que mejor resonancia tiene cuando los feligreses cantan. Aitutaki fue la primera isla en convertirse al cristianismo.
Desde el deteriorado muelle, destrozado por los últimos tifones, se puede ver los mejores atardeceres.
Al llegar a casa Jossie pintaba flores fluorescentes en una manchada sabana blanca... sin más comentarios. Mientras cenaba una sopa de sobre con un huevo (mi primera incursión en la cocina), los mosquitos me devoraron. Aquí el agua del grifo también se puede beber porque la recogen de la lluvia que baja del tejado y cae por medio de tuberías a un enorme bidón, como se hace en todas las islas. Un mosquitero rodea mi cama, la ventana tiene rejillas e impide la entrada de mosquitos, pero la puerta no encaja en su marco y entran por debajo, a mi habitación de 3m x 3m.
Al día siguiente mi intención era hacer un crucero entre las tantas islas de la laguna pero había llegado un enorme barco de turistas y lo habían reservado todo. Gracias que ya tenía mi bici. Esto me llevaba a novelear al muelle..., eran casi todos muy mayores. Muchos apenas caminaban erguidos. Algunos jóvenes alquilaron motos, otros turistas sólo han bajado un par de horas a comprar souvenirs en el muelle y regresan al barco... (?) Por la tarde ya tenía mi reserva con Kia Orana Cruices, un fuera-borda de 8m con cabina para dar sombra. Había leído buenos comentarios de ellos en internet. A la caída del sol unas cervezas sentado sobre el césped del muelle: a mi izquierda toda una línea de playa llena de cocoteros, a la derecha también. Al fondo, las sombras de los atolones entre las rojizas y anaranjadas nubes. Anochece lentamente y se va dejando de oír el murmullo de las aves entre la enorme vegetación de los alrededores... y los mosquitos entran en acción. Es hora de marchar del lugar.
9/11 - A las 9:10 me esperaba en la puerta de mi hostal un toyota 4x4 de 8 asientos conducido por un miembro del equipo de Kia Orana, con una pareja de alemanes. En el muelle otra pareja de americanos, algo mayor, se unía al grupo. Y a las 9:30 subimos a la pequeña embarcación con capacidad para 10 pasajeros. Nos recibe Andrew, o "Capitán Fantástico", como se hace llamar. Nos da una botella de 25cl, fría y rellenada de agua del chorro. Éramos cinco. Perfecto. Tenemos suficiente espacio para movernos. Kia Orana Cruices es un pequeño operador que hace una ruta fija entre las islas más bonitas de la laguna por 65$n.z., incluyendo una barbacoa de pescado. Salimos del muelle de Arutanga a toda máquina dirección sur, rodeando la costa, y luego sur-este. La primera a la que nos acercamos fue Moturakau, donde se filma la serie británica Supervivientes, lugar donde una antigua colonia de leprosos fueron llevados en el siglo XIX. Cerca a ésta, la más famosa, One foot, ó "Tapueta'i", donde casi todos los cruceros acaban haciendo el asadero final. Tiene una oficina de correos muy peculiar en una cabaña de madera y donde sellan el pasaporte con un particular sello haciendo referencia a la isla. Junto a su vecina Tekopua tiene las mejores playas de cegadora blanquísima arena, y las más transparentes aguas. Sin embargo, son las peores para hacer inmersión porque en ésta parte de la laguna no hay corales sino un gran banco de arena, y muy poca vida marina. Cuando llegamos la oficina estaba cerrada, pero Andrew tenia otro sello igual en Maina, donde haríamos a medio dia nuestra barbacoa. Antes de llegar hicimos la primera inmersión. Cientos de peces de todos los colores y formas, una profundidad de 6 u 8m y agua muy transparente. Casi una hora, recorriendo unos 200m con muchísimas cuevas entre el coral, y abundantes peces protegiéndose en su interior. Extraordinaria visión. Volvimos a la embarcación, dirección a Maina y paramos en un enorme banco de arena frente a ella, el Honeymoon island, donde hace años una pareja de neozelandeses se casaron en la misma playa, siendo la primera que lo hacía en un motu. Habita una colonia de fregatas, un ave tropical muy apreciado en estas islas por que sus dos plumas rojas de la cola se utilizan para adornar las flores que rodea la cabeza en ceremonias muy especiales. A la hora de almorzar desembarcamos en Maina. En la única cabaña que existe y que tienen construida para ello había una larga mesa con abundante frutas y verduras preparadas: mangos, papayas, bananas, taros, tomates y ensaladilla. Y de plato principal, pez loro, ( familia de la vieja), a la barbacoa. Mientras comíamos Andrew nos explicaba el porqué de los nombres de cada isla y su leyenda. Media hora de relax, una vuelta a la isla, que se hace en 10min, y regreso al barco. Nos paramos frente a un buque hundido. El resto de la comida se la dimos a los peces. Cientos de ellos se acercaban velozmente. No era la primera vez que se les alimentaba de esa manera. Se pueden tocar, pues están acostumbrados. Unos cientos de metros mas allá otra inmersión entre enormes cabezas de coral, casi 10m de profundidad y abundantes bancos de peces. Nuevamente maravilloso. A las cuatro y media entrábamos en la bahía de Arutanga. No me sorprendió tanto este crucero porque ya habia visto muchísimas mejores playas en Filipinas o Indonesia, pero valió el precio pagado.
Como todos los viernes, se celebra el Island Night en el bar Puffy. Al atardecer, tras cambiarme me dirigía en bici a reservar una mesa, porque por 35$n.z. se sirve un buffet de comida local y baile. Un trío de ukeleles amenizaba la cena. En la alargada mesa central se combinaban muchos platos: Pollo al curry, Cerdo de barbacoa, Ika Mata (riquísimo pescado crudo marinado en limón), Fideos chinos fritos, Ensaladas, Taro sancochado en leche de coco, Kumara (batata), y mucha fruta. A las 7:30 llegaba una camioneta con un gran colectivo familiar. A la media hora, un fuerte sonar de tambores de troncos de árbol avisaba la entrada de los danzarines. Comenzaba con los más peques, de entre 5 y 10 años. Luego entraron los mayores. Era asombroso como movían ellos las rodillas y ellas las caderas. Se dice que los de las Cook son los mejores bailarines del todo el Pacífico. Al final, la danza de fuego: cuerdas de pita sosteniendo bolas de fuego que al ritmo de la música, y casi rozando los cuerpos de los que danzan, hacen subir la temperatura del entorno, en perfectos y armónicos movimientos. Al concluir, los asistentes iban marchando, pero el trío musical seguía amenizando la noche, y las cervezas ayudaron a relajar más. Era las 11:30 de la noche, y eso iba a durar hasta mucho más de las 12. Mi bicicleta no tenía luz y estaba a casi 2km de casa, por lo que marché sin muchas ganas.
El sábado lo dediqué a recorrer la isla desde muy temprano, pasando por varios Maraes ( lugar religioso de reunión de los antiguos pobladores), reposando en algunas playas solitarias de cocoteros, y cogiendo algunas papayas de los tantísimos árboles que se encuentran al borde de la carretera. Terminé al atardecer junto al Resort Paradise Cove, donde hay una muy extraña franja de 5m de ancho por 2m de profundidad. Dicen que este resort destrozó esta parte del coral que llegaba hasta la orilla para tener su propia playa de arena.
Y el domingo es dia de misa. Un salto a las 10 de la mañana a la Iglesia Cristiana. Dicen que tiene la mejor resonancia de todo el pacífico. El sonido perfecto. Las mujeres a 2 voces, ellos a una, se van respondiendo los cantos. No es tan rítmico como en Atiu. Aquí se pueden ver los mejores adornos hechos a manos de hojas de pandano en los sombreros que llevan las mujeres. A las 4 de la tarde, mientras paseaba por el muelle, los cantos de la iglesia me haría volver de nuevo para oírlos cantar. Esta vez la gente era mucho más joven, y los 4 predicadores que había se dedicaban a dar pequeñas charlas. Algunos jovenes iban leyendo en pie y con tímida voz diversos apuntes. Se pasaron toda la tarde hablando y cantando. La gente aplaudían, otros reían. Se notaba un ambiente muy distendido. Las calles estaban vacías y los negocios cerrados. Había poco que hacer en el pueblo.
La carretera principal va desde el aeropuerto hasta el muelle de Arutanga, pasando por innumerables casas terreras, de una o dos plantas, cabañas turísticas y varias iglesias. Entre ellas , junto al muelle, la cristiana, construida en 1828, es la más antigua del archipiélago. Y se caracteriza por ser la que mejor resonancia tiene cuando los feligreses cantan. Aitutaki fue la primera isla en convertirse al cristianismo.
Desde el deteriorado muelle, destrozado por los últimos tifones, se puede ver los mejores atardeceres.
Al llegar a casa Jossie pintaba flores fluorescentes en una manchada sabana blanca... sin más comentarios. Mientras cenaba una sopa de sobre con un huevo (mi primera incursión en la cocina), los mosquitos me devoraron. Aquí el agua del grifo también se puede beber porque la recogen de la lluvia que baja del tejado y cae por medio de tuberías a un enorme bidón, como se hace en todas las islas. Un mosquitero rodea mi cama, la ventana tiene rejillas e impide la entrada de mosquitos, pero la puerta no encaja en su marco y entran por debajo, a mi habitación de 3m x 3m.
Al día siguiente mi intención era hacer un crucero entre las tantas islas de la laguna pero había llegado un enorme barco de turistas y lo habían reservado todo. Gracias que ya tenía mi bici. Esto me llevaba a novelear al muelle..., eran casi todos muy mayores. Muchos apenas caminaban erguidos. Algunos jóvenes alquilaron motos, otros turistas sólo han bajado un par de horas a comprar souvenirs en el muelle y regresan al barco... (?) Por la tarde ya tenía mi reserva con Kia Orana Cruices, un fuera-borda de 8m con cabina para dar sombra. Había leído buenos comentarios de ellos en internet. A la caída del sol unas cervezas sentado sobre el césped del muelle: a mi izquierda toda una línea de playa llena de cocoteros, a la derecha también. Al fondo, las sombras de los atolones entre las rojizas y anaranjadas nubes. Anochece lentamente y se va dejando de oír el murmullo de las aves entre la enorme vegetación de los alrededores... y los mosquitos entran en acción. Es hora de marchar del lugar.
9/11 - A las 9:10 me esperaba en la puerta de mi hostal un toyota 4x4 de 8 asientos conducido por un miembro del equipo de Kia Orana, con una pareja de alemanes. En el muelle otra pareja de americanos, algo mayor, se unía al grupo. Y a las 9:30 subimos a la pequeña embarcación con capacidad para 10 pasajeros. Nos recibe Andrew, o "Capitán Fantástico", como se hace llamar. Nos da una botella de 25cl, fría y rellenada de agua del chorro. Éramos cinco. Perfecto. Tenemos suficiente espacio para movernos. Kia Orana Cruices es un pequeño operador que hace una ruta fija entre las islas más bonitas de la laguna por 65$n.z., incluyendo una barbacoa de pescado. Salimos del muelle de Arutanga a toda máquina dirección sur, rodeando la costa, y luego sur-este. La primera a la que nos acercamos fue Moturakau, donde se filma la serie británica Supervivientes, lugar donde una antigua colonia de leprosos fueron llevados en el siglo XIX. Cerca a ésta, la más famosa, One foot, ó "Tapueta'i", donde casi todos los cruceros acaban haciendo el asadero final. Tiene una oficina de correos muy peculiar en una cabaña de madera y donde sellan el pasaporte con un particular sello haciendo referencia a la isla. Junto a su vecina Tekopua tiene las mejores playas de cegadora blanquísima arena, y las más transparentes aguas. Sin embargo, son las peores para hacer inmersión porque en ésta parte de la laguna no hay corales sino un gran banco de arena, y muy poca vida marina. Cuando llegamos la oficina estaba cerrada, pero Andrew tenia otro sello igual en Maina, donde haríamos a medio dia nuestra barbacoa. Antes de llegar hicimos la primera inmersión. Cientos de peces de todos los colores y formas, una profundidad de 6 u 8m y agua muy transparente. Casi una hora, recorriendo unos 200m con muchísimas cuevas entre el coral, y abundantes peces protegiéndose en su interior. Extraordinaria visión. Volvimos a la embarcación, dirección a Maina y paramos en un enorme banco de arena frente a ella, el Honeymoon island, donde hace años una pareja de neozelandeses se casaron en la misma playa, siendo la primera que lo hacía en un motu. Habita una colonia de fregatas, un ave tropical muy apreciado en estas islas por que sus dos plumas rojas de la cola se utilizan para adornar las flores que rodea la cabeza en ceremonias muy especiales. A la hora de almorzar desembarcamos en Maina. En la única cabaña que existe y que tienen construida para ello había una larga mesa con abundante frutas y verduras preparadas: mangos, papayas, bananas, taros, tomates y ensaladilla. Y de plato principal, pez loro, ( familia de la vieja), a la barbacoa. Mientras comíamos Andrew nos explicaba el porqué de los nombres de cada isla y su leyenda. Media hora de relax, una vuelta a la isla, que se hace en 10min, y regreso al barco. Nos paramos frente a un buque hundido. El resto de la comida se la dimos a los peces. Cientos de ellos se acercaban velozmente. No era la primera vez que se les alimentaba de esa manera. Se pueden tocar, pues están acostumbrados. Unos cientos de metros mas allá otra inmersión entre enormes cabezas de coral, casi 10m de profundidad y abundantes bancos de peces. Nuevamente maravilloso. A las cuatro y media entrábamos en la bahía de Arutanga. No me sorprendió tanto este crucero porque ya habia visto muchísimas mejores playas en Filipinas o Indonesia, pero valió el precio pagado.
Como todos los viernes, se celebra el Island Night en el bar Puffy. Al atardecer, tras cambiarme me dirigía en bici a reservar una mesa, porque por 35$n.z. se sirve un buffet de comida local y baile. Un trío de ukeleles amenizaba la cena. En la alargada mesa central se combinaban muchos platos: Pollo al curry, Cerdo de barbacoa, Ika Mata (riquísimo pescado crudo marinado en limón), Fideos chinos fritos, Ensaladas, Taro sancochado en leche de coco, Kumara (batata), y mucha fruta. A las 7:30 llegaba una camioneta con un gran colectivo familiar. A la media hora, un fuerte sonar de tambores de troncos de árbol avisaba la entrada de los danzarines. Comenzaba con los más peques, de entre 5 y 10 años. Luego entraron los mayores. Era asombroso como movían ellos las rodillas y ellas las caderas. Se dice que los de las Cook son los mejores bailarines del todo el Pacífico. Al final, la danza de fuego: cuerdas de pita sosteniendo bolas de fuego que al ritmo de la música, y casi rozando los cuerpos de los que danzan, hacen subir la temperatura del entorno, en perfectos y armónicos movimientos. Al concluir, los asistentes iban marchando, pero el trío musical seguía amenizando la noche, y las cervezas ayudaron a relajar más. Era las 11:30 de la noche, y eso iba a durar hasta mucho más de las 12. Mi bicicleta no tenía luz y estaba a casi 2km de casa, por lo que marché sin muchas ganas.
El sábado lo dediqué a recorrer la isla desde muy temprano, pasando por varios Maraes ( lugar religioso de reunión de los antiguos pobladores), reposando en algunas playas solitarias de cocoteros, y cogiendo algunas papayas de los tantísimos árboles que se encuentran al borde de la carretera. Terminé al atardecer junto al Resort Paradise Cove, donde hay una muy extraña franja de 5m de ancho por 2m de profundidad. Dicen que este resort destrozó esta parte del coral que llegaba hasta la orilla para tener su propia playa de arena.
Y el domingo es dia de misa. Un salto a las 10 de la mañana a la Iglesia Cristiana. Dicen que tiene la mejor resonancia de todo el pacífico. El sonido perfecto. Las mujeres a 2 voces, ellos a una, se van respondiendo los cantos. No es tan rítmico como en Atiu. Aquí se pueden ver los mejores adornos hechos a manos de hojas de pandano en los sombreros que llevan las mujeres. A las 4 de la tarde, mientras paseaba por el muelle, los cantos de la iglesia me haría volver de nuevo para oírlos cantar. Esta vez la gente era mucho más joven, y los 4 predicadores que había se dedicaban a dar pequeñas charlas. Algunos jovenes iban leyendo en pie y con tímida voz diversos apuntes. Se pasaron toda la tarde hablando y cantando. La gente aplaudían, otros reían. Se notaba un ambiente muy distendido. Las calles estaban vacías y los negocios cerrados. Había poco que hacer en el pueblo.
21 de noviembre de 2007
..en Atiu...
2/11 - No me he levantado muy bien de los pies, y decido seguir la ruta planeada, visitar la isla de Atiu. En la oficina de Air Rarotonga en Oneroa me confirman que hay un vuelo a las 4 de la tarde desde Rarotonga a Atiu. A las 9:30 PapaToro me alcanzaba junto a su mujer al aeropuerto. Llegamos media hora antes. Perfecto, podré ver aterrizar al bimotor en esta enana pista... No hace nada de viento y esta completamente soleado. Un aterrizaje perfecto. A los 40 minutos ya estaba en Rarotonga. Un salto rápido en bus hasta Avarúa, saco dinero del cajero y compro un billete que me va a permitir hacer Rarotonga-Atiu-Aitutaki-Rarotonga, pues en la agencia de viajes Jetsave es más barato que en el aeropuerto. De paso, en el supermercado de la capital compro unas provisiones para el viaje porque los lugares donde me voy a quedar tienen cocina de uso compartido. Aprovecho para almorzar en los jardines de la avenida y llegar a tiempo al aeropuerto para mi siguiente enlace. Se está nublando y tiene pinta de llover. Habia telefoneado ayer a Jossie en Aitutaki y tenía habitacion en su casa, pero en hostal Are Manuiri de Atiu no me respondian, por lo que desde la misma agencia Jetsave me consiguieron las noches vía ordenador. Todo controlado de momento. Dentro del aparato, el mismo precisamente, hay 4 locales y un canadiense bajito, muy introvertido, de mirada esquiva, pequeña gafas culo-botella y voz de teniente Colombo... Otros 45 minutos de vuelo perfecto. Una ligera lluvia nos recibe en la terrosa pista del aeropuerto. También Andrea Emke, con 2 guirnaldas de bienvenida de flores naturales. La otra es para Roy, el canadiense que también se queda en el mismo lugar que yo. Ella es la dueña de Are Manuiri, artista bohemia, alemana, afincada desde hace muchos años en la isla, fabrica en su taller tejidos tradicionales polinesios y los pinta con sustancias naturales. Su marido tiene una de las dos plantaciones de café existente en la isla, e importa todo a N.Z., Australia y Cook. Los otros pasajeros son recibidos por sus familiares igualmente con guirnaldas, un hecho muy normal en estas islas. Dan suerte al que se va y al que regresa. Cuando lo ponen alrededor de la frente del visitante es signo que la familia lo acoge en su casa. Con su 4x4 nos llevó primeramente entre caminos estrechos de piedras y coral, bordeados de palmeras y frondosa vegetacion al muelle de descarga, y donde es posible nadar en un espacio de casi 25 mts fuera de todo peligro, ya que a algunos cientos de metros afuera hay tiburones. Sería verdad? Dos dias mas tardes me pondría aletas, gafas y tubo para explorar la salida del muelle. Al menos en profundidad y agua más fría, la vista se pierde cuanto mas adentro se nada. Are Manuiri es la única de precio economico (30$), tiene 3 habitaciones de 2 camas, cocina compartida algo mal cuidada, baño, salón pequeño con un tresillo de bambú, mesa redonda de madera y una radio viejísima tambien de madera que sintoniza malamente la única emisora del archipielago. Lo más bonito es la entrada junto a un pequeño jardín donde hay 3 mesas, algunas sillas, y que coincide justo con la caida del sol. Está situada igualmente que el poblado, en el centro de la isla, quedando la costa libre de viviendas, y de gente. Ésta es también una isla rodeada de Makatea (alto risco coralino frente al mar). La lluvia continuaba al llegar a casa. Andrea aprovechó para mostrarnos los posibles tours que podriamos hacer en esta isla. Al menos el más interesante parece ser la cueva Anakitaki, donde habitan los Kopekas ( pequeños vencejos autóctonos de esta isla), en el interior de esta cueva, y es uno de los dos únicos del mundo que usan sonar para volar en la oscuridad sin tropezarse. Un paseito por el pueblo antes de que vuelva a llover me da una idea de como es. Toda la vida se desarrolla entre 5 iglesias de diferentes confesiones, 3 tienditas de comestibles, 1 panadería dulcería, donde hacen los peores donuts que jamás me haya comido, y 3 o 4 complejos de bungalows para alojamiento.
Al día siguiente, Marshall Humprey, un neozelandés, propietario de Atiu Tours nos recogía a eso de las 3 de la tarde en su Nisan 4X4 para llevarnos a recorrer varios centenares de metros en el interior del makatea fosilizado que se llega, a través de una apretadísima jungla de todo tipo de árboles, especialmente de viejísimos banianos, flores tropicales, frangipanis, hibiscus, hasta la boca de la cueva de los kopekas. Algo difícil de encontrar si se desconoce el terreno, como podría ser nuestro caso. A que me recordaba esto...? Bajamos por una escalera de aluminio de 5 metros a través de un enorme agujero, nos pusimos linterna en la frente y comenzamos a penetrar. Pasamos varias entradas diferentes, llenas de estalactitas/mitas de muchos colores difícil de explicar, hasta llegar a la zona principal. Extrañas formaciones milenarias, raíces colgantes de los banianos que se incrustan en el terreno, algunas de unos grosores inimaginables, y de densa vegetación. Tuvimos la gran suerte de poder ver los Kopekas en cantidades. Habían aparecido más. Los nidos eran abundantes este año, y muchos tenían crías. Para Marshall fue una gran alegría por el enorme esfuerzo que está realizando en la conservación de esta especie casi desaparecida desde hace algunos años. Lo oíamos antes de entrar en la cueva dando una serie de vueltas, pero una vez dentro cambiaban el sonido al poner en marcha su especie de "sonar", un clickclick muy extraño. También pudimos ver una abundante especie de cucarachas que igualmente habitan en el interior de la cueva. A la salida nos esperaban algunos hombres del pueblo que reunidos como casi todas las tardes en un Tumunu ( refugio de madera, bambú y techo de palma) sentados sobres pequeños troncos de árbol alrededor de un cuenco donde un comensal va sacando de una cubeta (hoy en dia es de plastico) un mejunje tradicional en esta isla, la cerveza local, (bush beer) hecha de naranjas, cebada y azúcar, fermentado, y por lo tanto, con un ligero toque alcohólico, y da en riguroso orden a cada uno un trago, mientras hablan, ríen o discuten los acontecimientos del día en el pueblo. Es parecido al ritual del kava de las islas del pacifico. En su momento, los religiosos de la época lo prohibieron. Pero los habitantes se escondían en la selva para seguir la tradición, transformándose en este tipo de celebración. Varias horas duró el festín, y cada uno dimos 5$ en agradecimiento a la invitación. Lo cierto que esto es algo que Marshall adjunta a la visita de la cueva. Todas las tardes éramos invitados por los muchachos del pueblo a volver al Tumunu y compartir con ellos un par de horas de risas. Es como hacer botellón, sin música, sólo con el sonido de fondo de la jungla.
Por la noche nos preparamos en la cocina de la casa unos espaguetis bolognesa de p......
4/11 - Es domingo. El día anterior tocó a la iglesia evangelista del 7* dia. Ahora a la iglesia cristiana, la católica y la protestante. Nadie hace absolutamente nada. Solo ir a misa y recogerse en casa con los familiares. Me he levantado con la intención de acudir a todas ellas. No tienen el mismo horario, por lo que podré comprobar los diferentes ritmos en los cantos religiosos. A las 9 comenzaba la católica, es la mas próxima a Are Manuiri, y a las 9:30, mientras me acercaba, ya comenzaba a oir la emocionante entonación de sus cantos, a dos o tres voces, y que me recordaba a los cantos tahitianos que habia oido en TV hace años. Y es que es el mismo ritmo en todo el Pacífico. A la 10, la cristiana, tambien bastante emotiva, y la adventista con su propio grupo musical, y un sacerdote parecido a James Brown, que iba predicando mientras los feligreses contestaban con ligerisimo murmullo. Que mieeeedo tantas religiones. De vuelta a casa, por la tarde, me encuentro con Roy que habia alquilado una moto. Fuimos por toda la costa este, parando por varias playas completamente solitarias, de poco mas de 40 o 60m de largo, de blanquisima arena coralina, entre calas de muros de makatea de metro y medio de altura, rodeada de espesa vegetacion. Maravillosos lugares para perderse con la pareja sin que nadie moleste. Lo único malo que tiene es que no se puede nadar por su escasísima profundidad. Terminamos bañándonos en el muelle de descarga y haciendo varias inmersiones. Grandísimas cantidades de peces de todos los colores y tamaños. Con unas cervecitas que traíamos en las mochilas hicimos el día, hasta que cayó la tarde. Al día siguiente hablamos con el vecino, un viejillo pescador que ya está perdiendo la vista, y nos fuimos en su destartalada ranchera al muelle a intentar pescar el "tiburón"... Nos enseñó a pescar como hacen los locales: caña de bambú, sedal de algunos metros amarrados a la punta y al centro por si rompe, un trocito de tira plomiza que utilizan para unir las uralitas de los tejados, un anzuelo oxidado, un cacho rejo pulpo... Cierto es que no cogimos casi nada. Él tampoco. Pero parecía que ya la pesca a él... como que no. Se aburrió a la media hora y se sentó en el coche hasta quedar dormido. Nosotros, de un lado a otro tentando a la suerte. Incluso aprovechando que la marea estaba bajando, nos acercamos más a la barra coralina que bordea la costa. Pero tampoco. Hay que hacer pesca de fondo. Lo poco que cogimos lo volvimos a tirar porque no se podía comer. También se alimentan de algas del coral de la orilla y es venenoso.
6/11 - A primera hora Roi marcha a Rarotonga, y vuelvo a quedarme solo en casa. Toda para mí. La musiquilla de la vieja radio de madera y que sólo sintoniza Radio Cook Island ameniza mi desayuno. Café local con leche en polvo, y par de donuts de hace 2 días. Ahora están mejor. Han endurecido algo y se pueden masticar. Sé que no haré digestión con ellos, y al que me queda lo miro con una idea... me lo llevare al muelle a pescar con él, a ver si los peces piensan igual que yo... Preparo mi equipo de pesca con el que viajo, gafas, tubo, aletas y toalla, y a pasar el día en el muelle. Casi una hora de pateo desde el pueblo, varias paradas para las oportunas fotos junto a las enormes palmeras de varias especies que atiborran el entorno y bordean toda la carretera. Unas inmersiones, cervezas, picoteo y casi 4kg en pesca. Pero ninguno vale para comer, aparte son muy pequeñas, así que las vuelvo a tirar a la marea. Al menos he pasado un divertido día mientras me bronceo un poco.
Al día siguiente, Marshall Humprey, un neozelandés, propietario de Atiu Tours nos recogía a eso de las 3 de la tarde en su Nisan 4X4 para llevarnos a recorrer varios centenares de metros en el interior del makatea fosilizado que se llega, a través de una apretadísima jungla de todo tipo de árboles, especialmente de viejísimos banianos, flores tropicales, frangipanis, hibiscus, hasta la boca de la cueva de los kopekas. Algo difícil de encontrar si se desconoce el terreno, como podría ser nuestro caso. A que me recordaba esto...? Bajamos por una escalera de aluminio de 5 metros a través de un enorme agujero, nos pusimos linterna en la frente y comenzamos a penetrar. Pasamos varias entradas diferentes, llenas de estalactitas/mitas de muchos colores difícil de explicar, hasta llegar a la zona principal. Extrañas formaciones milenarias, raíces colgantes de los banianos que se incrustan en el terreno, algunas de unos grosores inimaginables, y de densa vegetación. Tuvimos la gran suerte de poder ver los Kopekas en cantidades. Habían aparecido más. Los nidos eran abundantes este año, y muchos tenían crías. Para Marshall fue una gran alegría por el enorme esfuerzo que está realizando en la conservación de esta especie casi desaparecida desde hace algunos años. Lo oíamos antes de entrar en la cueva dando una serie de vueltas, pero una vez dentro cambiaban el sonido al poner en marcha su especie de "sonar", un clickclick muy extraño. También pudimos ver una abundante especie de cucarachas que igualmente habitan en el interior de la cueva. A la salida nos esperaban algunos hombres del pueblo que reunidos como casi todas las tardes en un Tumunu ( refugio de madera, bambú y techo de palma) sentados sobres pequeños troncos de árbol alrededor de un cuenco donde un comensal va sacando de una cubeta (hoy en dia es de plastico) un mejunje tradicional en esta isla, la cerveza local, (bush beer) hecha de naranjas, cebada y azúcar, fermentado, y por lo tanto, con un ligero toque alcohólico, y da en riguroso orden a cada uno un trago, mientras hablan, ríen o discuten los acontecimientos del día en el pueblo. Es parecido al ritual del kava de las islas del pacifico. En su momento, los religiosos de la época lo prohibieron. Pero los habitantes se escondían en la selva para seguir la tradición, transformándose en este tipo de celebración. Varias horas duró el festín, y cada uno dimos 5$ en agradecimiento a la invitación. Lo cierto que esto es algo que Marshall adjunta a la visita de la cueva. Todas las tardes éramos invitados por los muchachos del pueblo a volver al Tumunu y compartir con ellos un par de horas de risas. Es como hacer botellón, sin música, sólo con el sonido de fondo de la jungla.
Por la noche nos preparamos en la cocina de la casa unos espaguetis bolognesa de p......
4/11 - Es domingo. El día anterior tocó a la iglesia evangelista del 7* dia. Ahora a la iglesia cristiana, la católica y la protestante. Nadie hace absolutamente nada. Solo ir a misa y recogerse en casa con los familiares. Me he levantado con la intención de acudir a todas ellas. No tienen el mismo horario, por lo que podré comprobar los diferentes ritmos en los cantos religiosos. A las 9 comenzaba la católica, es la mas próxima a Are Manuiri, y a las 9:30, mientras me acercaba, ya comenzaba a oir la emocionante entonación de sus cantos, a dos o tres voces, y que me recordaba a los cantos tahitianos que habia oido en TV hace años. Y es que es el mismo ritmo en todo el Pacífico. A la 10, la cristiana, tambien bastante emotiva, y la adventista con su propio grupo musical, y un sacerdote parecido a James Brown, que iba predicando mientras los feligreses contestaban con ligerisimo murmullo. Que mieeeedo tantas religiones. De vuelta a casa, por la tarde, me encuentro con Roy que habia alquilado una moto. Fuimos por toda la costa este, parando por varias playas completamente solitarias, de poco mas de 40 o 60m de largo, de blanquisima arena coralina, entre calas de muros de makatea de metro y medio de altura, rodeada de espesa vegetacion. Maravillosos lugares para perderse con la pareja sin que nadie moleste. Lo único malo que tiene es que no se puede nadar por su escasísima profundidad. Terminamos bañándonos en el muelle de descarga y haciendo varias inmersiones. Grandísimas cantidades de peces de todos los colores y tamaños. Con unas cervecitas que traíamos en las mochilas hicimos el día, hasta que cayó la tarde. Al día siguiente hablamos con el vecino, un viejillo pescador que ya está perdiendo la vista, y nos fuimos en su destartalada ranchera al muelle a intentar pescar el "tiburón"... Nos enseñó a pescar como hacen los locales: caña de bambú, sedal de algunos metros amarrados a la punta y al centro por si rompe, un trocito de tira plomiza que utilizan para unir las uralitas de los tejados, un anzuelo oxidado, un cacho rejo pulpo... Cierto es que no cogimos casi nada. Él tampoco. Pero parecía que ya la pesca a él... como que no. Se aburrió a la media hora y se sentó en el coche hasta quedar dormido. Nosotros, de un lado a otro tentando a la suerte. Incluso aprovechando que la marea estaba bajando, nos acercamos más a la barra coralina que bordea la costa. Pero tampoco. Hay que hacer pesca de fondo. Lo poco que cogimos lo volvimos a tirar porque no se podía comer. También se alimentan de algas del coral de la orilla y es venenoso.
6/11 - A primera hora Roi marcha a Rarotonga, y vuelvo a quedarme solo en casa. Toda para mí. La musiquilla de la vieja radio de madera y que sólo sintoniza Radio Cook Island ameniza mi desayuno. Café local con leche en polvo, y par de donuts de hace 2 días. Ahora están mejor. Han endurecido algo y se pueden masticar. Sé que no haré digestión con ellos, y al que me queda lo miro con una idea... me lo llevare al muelle a pescar con él, a ver si los peces piensan igual que yo... Preparo mi equipo de pesca con el que viajo, gafas, tubo, aletas y toalla, y a pasar el día en el muelle. Casi una hora de pateo desde el pueblo, varias paradas para las oportunas fotos junto a las enormes palmeras de varias especies que atiborran el entorno y bordean toda la carretera. Unas inmersiones, cervezas, picoteo y casi 4kg en pesca. Pero ninguno vale para comer, aparte son muy pequeñas, así que las vuelvo a tirar a la marea. Al menos he pasado un divertido día mientras me bronceo un poco.
14 de noviembre de 2007
Mangaia, comienza la Aventura...
29/10 - A primera hora de la mañana Johana y Victoria marchan al aeropuerto, dirección N.Z.. Johana pasará unas semanas en el norte y luego irá a trabajar a Australia. Victoria recorrerá todo el sur durante dos meses. Y yo, desde muy temprano, me dirijo a la agencia Jetsave para comprar un billete hacia la isla de Mangaia, la más al sur del archipiélago. Como tengo tiempo y 334$nz que cuesta, quiero hacer unos pateos interiores en busca de unas grutas volcánicas. Luego iré, también, a las islas de Atiu y Aitutaki. Una llamada de teléfono al hostal Mangaia Lodge y quedo con PapaToro, el encargado de cuidarlo que me irá a recoger a mi llegada al aeropuerto. La noche cuesta 40$ los cuatro primeros días y los siguientes me los deja en 30$. En un principio el billete es para 4 días, y si la cosita se pone interesante estaría al menos una semana.
Al día siguiente Adrianne, la dueña del Tiare V. me alcanza al aeropuerto en la furgoneta Toyota del complejo. Son las 9 de la mañana y hace un calor insoportable. Pocos son los pasajeros que esperan el avión, un bimotor 10 plazas de Air Rarotonga, la única compañía, cara pues, y la que tiene el mercado de los precios, "sin competencia". Mientras nos vamos elevando las vistas sobre la isla son espectaculares. Todo el verde que rodea las montañas se junta con el azul marino de la costa, y allá al fondo, el turquesa de la laguna de Muri. Somos 5 pasajeros, los últimos asientos están tomados por cajas de cartón sin amarrar. 45m de vuelo muy tranquilo, y tras pasar la costa de Mangaia recargada de palmeras y vegetación hasta la misma orilla, mientras descendemos hacia la psita del aeropuerto más pequeño que jamás hubiera visto en mi vida...aaaaaaiiiiiiiquenossaaliiimoooossss!!! Juuuustiiiiito. El aparato paró casi al borde final de la pista... sin problemas.
Una ligera lluvia nos recibía, y allí se encontraba PapaToro esperándome con su ranchera Nissan, la más utilizada en las islas Cook, para llevarme a la casa que dirige junto a su mujer, en el pueblo de Oneroa, y que se encuentra enclavada en lo alto de un Makatea ( risco coralino formado como consecuencia de diversas erupciones volcánicas que ha hecho elevar el terreno hasta varias decenas de metros con relación al nivel del mar). La casa es de estilo colonial, bastante bien cuidada. Tiene tres sencillas habitaciones con varias camas. La mía sólo una de 135cm, baño exterior en una habitación aparte, cocina antigüa, muy deteriorada y llena de hormigas por la poca higiene, un corredor-terraza interior con ventanas siempre abiertas y un jardín bien cuidado con cocoteros que asoman al mar. Es bastante acogedora.
Ésta es la isla más al sur del archipiélago, casi toda rodeada por el Makatea, de hace mas de 18 millones de años, y donde se han producido también muchos huecos internos en la lava, por la acción de los gases, y donde es posible penetrar hasta varios cientos de metros. Se precisa buenas linternas y guías del lugar. Algunas con estalactitas y estalagmitas de muy diversos colores, y flora autóctona. La más impresionante Te Rua Rere, al oeste de la isla, donde hay esqueletos de antiguos pobladores, Tuatini, o Toru a Puru donde también hay útiles de trabajo, armas y artefactos sagrados. La isla se surte de varias tienditas de comestibles, pero hasta que el próximo barco llegué de Rarotonga con nueva mercancía podría pasar hasta dos meses, por lo que los precios doblan. Hay varias iglesias, católicas, cristianas y adventistas. El único lugar donde es posible nadar es en el muelle, ya que la laguna coralina que bordea toda la costa es de muy poca profundidad, y el coral es muy cortante e infeccioso. Aquí el pescado de la laguna es venenoso y no lo suelen comer, por lo que hay que salir fuera, en canoa (de árbol ahuecado a mano), a pescar en profundidad, y el gasóleo es caro, por lo que pocos se dedican a la pesca. Algunos con largas cañas de bambú se arriesgan desde el borde del arrecife, con el peligro de ser revolcado por alguna ola.
A mi llegada un pequeño reconocimiento de la zona. Una visita a la oficina del turista, y un amabilísimo empleado me da varios mapas fotocopiados y dibujados a mano, y me explica las posibilidades de pateos a través de la isla.
Pero me llevo una gran sorpresa. Tenía que haber una oficina bancaria, pero hace unos años la cerraron. No contaba con esto, y no había traído suficientes dólares pensando que aquí podía sacar dinero de cajero o cambiar €. Que problemón. No podré pasar la semana en esta isla...
Al anochecer un preocupadísimo PapaToro me pregunta si sé de electricidad, porque su equipo estéreo no funciona... "no sabía conectar los altavoces", y hacía muchos meses que no podía oír Radio Cook, la única que emite en estas islas. Cables en sus agujeritos correspondientes... y voila, conectado... Vaya alegría la del paisano. Me gané la cena: arroz con pollo y 2 chuletas de N.Z. del congelador. Y lo agradecí. Hacía tiempo que no comía carne, por lo cara que está en el Súper. Unas buenas horas ojeando los dos mapas fotocopiados, mientras voy absorbiendo lentamente el té hirviendo que me había calentado, y preparando la próxima ruta.
Al siguiente día, mochila, dos manzanas y un litro de agua, y siete horas de extenuante pateo, bajo un rompedor sol, que gracias a muchos de los altos árboles me podía proteger muy a menudo. Un estrecho camino va marcando la ruta, junto a varios desvíos que a veces confundí, teniendo que retroceder, pero sin llegar a perderme. Desde el pueblo de Oneroa a través de los más diversos tipos de vegetación autóctona se llega al punto más alto de la isla, Ranguimotia (169m), donde han instalado tan "atractivamente" una gigantesca antena de telefonía, y desciende por el sur-este, pasando dos puntos de amplia visión del valle, donde hay varias extensiones de plantaciones de Taro, un tubérculo "muy venerado" en todo el Pacífico, con un azulado mar al fondo. Un desvío hacia el sur accede al poblado de Tamarua, donde se encuentra una de las iglesias mejor conservadas del archipiélago, la cristiana, rodeada de enormes robles en un jardín muy bien cuidado, y ahí reposan los cuerpos de los sacerdotes que han servido y vivido en ella. El poblado se encuentra también en lo alto de un Makatea, y las olas chocan con mucha fuerza, por lo que se puede oír en todo el entorno. Apenas se ve gente. Unos pocos niños juegan en la puerta de sus casas, mientras algunos mayores recogen madera de los alrededores. Tomando un desvío nuevamente hacia el interior de la isla se alcanza un bellísimo lago, el Tiriara, bordeado por una densa vegetación, altísimos bayanos y palmeras. Pero lo que lo hace fascinante es la espectacular visión de una enorme cueva en la base de un altísimo acantilado e inundada hasta su mitad por el agua a la que se puede acceder con una pequeña embarcación. Hay una tarima con bancos y una mesa al borde de la carretera donde se puede descansar y observar todo el entorno. Siguiendo la ruta, ésta se puede acortar a través de la carretera sobre el Makatea que bordea la costa, pero sigo prefiriendo el camino paralelo, por el interior hasta Oneroa. Al atardecer me bañaba relajadamente en el muelle. De vuelta a casa una parada en la tiendilla del pueblo para tomar unas cervezas sentado en una pequeña mesa de bayano que se encuentra fuera, junto a la carretera, mientras veo pasar de un lado a otro a los pocos vecinos que aquí habitan en scooter. Algunos chiquillos se acercan para saludarme y preguntar las de rigor... de donde eres, como te llamas, por que aquí...
Al anochecer un CD de música polinesia suena en casa. Han aparecido dos, uno de ellos tan gastado que se podía ver a través de él. Aprovecho para hacer mi mini colada. Una camiseta y un pantalón corto. Mientras la sopa con fideos japoneses de paquete se va enfriando un poco, sentado en el pasillo-corredor y con una ligera brisa que viene del mar voy leyendo los lugares que visitaré mañana. El té ya no quema tanto y hace la lectura más amena, mientras las piernas me echan humo. El cansancio facilitará el sueño, y la cama me espera, rodeada de una mosquitera que cuelga del techo e impide que los mosquitos me "linchen". Pero a las tantas, un extraño klackido me despierta. Enciendo la linterna... un cangrejo rompe cocos, de muela descomunal, está junto a mi cama. Ha entrado en la habitación y la está tomando con mi zapatilla. La luz lo ha cegado por un momento. Desde que lo toco con la zapatilla un inesperado ataque me hace saltar a la cama. Cabroooon, me asustó. Al lado una cucaracha se esconde bajo la pared de madera que separa las habitaciones. Creo que ha pasado a la otra. El cangrejo no huye. No lo puedo sacar de aquí. Apago la luz... y hasta mañana pues.
Por la mañana, noto las agujetas... y las ocho preparo un nescafé de casi medio litro, y desayuno unos mangos y una papaya que había cogido ayer por el camino. La familia no ha llegado. Ellos viven en otra casa, por lo que la tengo toda para mi estos días. Recojo la camisa tendida y me la vuelvo a poner.... "ahora huele mejor!". Directo en busca de una cueva perdida, aunque es necesario ir con guía local me atrevo por mi cuenta, pues no podría pagar su servicio. Te Rua Rere... suena africano!. Sé que hay restos óseos porque lo leí en L.P. Varios cruces de caminos me hacen perder la ruta, casi dos horas desperdiciadas, y encuentro las cuevas... pero hay tanta maleza que no me permite atravesarla. Ahora es cuando se echa de menos un guía y sus habilidades con el machete... Vale... la próxima vez seré más cauto!!. Siguiendo un camino hacia en noreste se llega a Kerangam un poblado de unos 60 habitantes, la mayoría niños. Y a un kilómetro y medio a Ivirua. Descanso en una tiendita de comestibles mientras un refresco de naranja calma mi sed. La dueña sale y se sienta frente a mí. Charlamos casi una hora de la vida en el pueblo. Y ahí comienzo a tener problemas con los pies. El calzado me ha hecho ampollas en varios dedos. Muchas horas de pateo por duros tramos de coral. Un poco más allá se encuentra los bungalows Aramoana, junto a unas calitas de arena coralina.
Uno de los caminos que abandona el pueblo de Ivirua hacia el interior pasa a través de un estrecho desfiladero de Makatea de casi 100m por unos 20m de altura de coral fosilizado, y de donde han crecido árboles y plantas gigantescas colgados del mismo, desafiando la gravedad. Es impactante atravesarlo. Por momentos la temperatura sube algunos grados y la humedad se siente excesivamente. Al cabo de unos minutos se llega a una amplia plantación de Taro, y que hay que atravesar, entre el fango, donde se conecta con otro camino que sube nuevamente al Rangimotia, para bajar por el lado oeste hacia Oneroa. Esta vez ha sido 9h, y ahora casi que no puedo caminar. Han reventado las ampollas por mi testarudez.
Por la noche unas curas y me pienso si éste es el final de los pateos en Mangaia. El siguiente día es el vuelo de regreso, no hay más hasta el lunes y apena me queda dinero. Aparte, no podré patear en par de días. Si voy a Atiu, otra pequeña isla aquí cerca, podré curar los pies, pescar y sacar dinero del cajero. Así que no cambio el billete y regreso.
Al día siguiente Adrianne, la dueña del Tiare V. me alcanza al aeropuerto en la furgoneta Toyota del complejo. Son las 9 de la mañana y hace un calor insoportable. Pocos son los pasajeros que esperan el avión, un bimotor 10 plazas de Air Rarotonga, la única compañía, cara pues, y la que tiene el mercado de los precios, "sin competencia". Mientras nos vamos elevando las vistas sobre la isla son espectaculares. Todo el verde que rodea las montañas se junta con el azul marino de la costa, y allá al fondo, el turquesa de la laguna de Muri. Somos 5 pasajeros, los últimos asientos están tomados por cajas de cartón sin amarrar. 45m de vuelo muy tranquilo, y tras pasar la costa de Mangaia recargada de palmeras y vegetación hasta la misma orilla, mientras descendemos hacia la psita del aeropuerto más pequeño que jamás hubiera visto en mi vida...aaaaaaiiiiiiiquenossaaliiimoooossss!!! Juuuustiiiiito. El aparato paró casi al borde final de la pista... sin problemas.
Una ligera lluvia nos recibía, y allí se encontraba PapaToro esperándome con su ranchera Nissan, la más utilizada en las islas Cook, para llevarme a la casa que dirige junto a su mujer, en el pueblo de Oneroa, y que se encuentra enclavada en lo alto de un Makatea ( risco coralino formado como consecuencia de diversas erupciones volcánicas que ha hecho elevar el terreno hasta varias decenas de metros con relación al nivel del mar). La casa es de estilo colonial, bastante bien cuidada. Tiene tres sencillas habitaciones con varias camas. La mía sólo una de 135cm, baño exterior en una habitación aparte, cocina antigüa, muy deteriorada y llena de hormigas por la poca higiene, un corredor-terraza interior con ventanas siempre abiertas y un jardín bien cuidado con cocoteros que asoman al mar. Es bastante acogedora.
Ésta es la isla más al sur del archipiélago, casi toda rodeada por el Makatea, de hace mas de 18 millones de años, y donde se han producido también muchos huecos internos en la lava, por la acción de los gases, y donde es posible penetrar hasta varios cientos de metros. Se precisa buenas linternas y guías del lugar. Algunas con estalactitas y estalagmitas de muy diversos colores, y flora autóctona. La más impresionante Te Rua Rere, al oeste de la isla, donde hay esqueletos de antiguos pobladores, Tuatini, o Toru a Puru donde también hay útiles de trabajo, armas y artefactos sagrados. La isla se surte de varias tienditas de comestibles, pero hasta que el próximo barco llegué de Rarotonga con nueva mercancía podría pasar hasta dos meses, por lo que los precios doblan. Hay varias iglesias, católicas, cristianas y adventistas. El único lugar donde es posible nadar es en el muelle, ya que la laguna coralina que bordea toda la costa es de muy poca profundidad, y el coral es muy cortante e infeccioso. Aquí el pescado de la laguna es venenoso y no lo suelen comer, por lo que hay que salir fuera, en canoa (de árbol ahuecado a mano), a pescar en profundidad, y el gasóleo es caro, por lo que pocos se dedican a la pesca. Algunos con largas cañas de bambú se arriesgan desde el borde del arrecife, con el peligro de ser revolcado por alguna ola.
A mi llegada un pequeño reconocimiento de la zona. Una visita a la oficina del turista, y un amabilísimo empleado me da varios mapas fotocopiados y dibujados a mano, y me explica las posibilidades de pateos a través de la isla.
Pero me llevo una gran sorpresa. Tenía que haber una oficina bancaria, pero hace unos años la cerraron. No contaba con esto, y no había traído suficientes dólares pensando que aquí podía sacar dinero de cajero o cambiar €. Que problemón. No podré pasar la semana en esta isla...
Al anochecer un preocupadísimo PapaToro me pregunta si sé de electricidad, porque su equipo estéreo no funciona... "no sabía conectar los altavoces", y hacía muchos meses que no podía oír Radio Cook, la única que emite en estas islas. Cables en sus agujeritos correspondientes... y voila, conectado... Vaya alegría la del paisano. Me gané la cena: arroz con pollo y 2 chuletas de N.Z. del congelador. Y lo agradecí. Hacía tiempo que no comía carne, por lo cara que está en el Súper. Unas buenas horas ojeando los dos mapas fotocopiados, mientras voy absorbiendo lentamente el té hirviendo que me había calentado, y preparando la próxima ruta.
Al siguiente día, mochila, dos manzanas y un litro de agua, y siete horas de extenuante pateo, bajo un rompedor sol, que gracias a muchos de los altos árboles me podía proteger muy a menudo. Un estrecho camino va marcando la ruta, junto a varios desvíos que a veces confundí, teniendo que retroceder, pero sin llegar a perderme. Desde el pueblo de Oneroa a través de los más diversos tipos de vegetación autóctona se llega al punto más alto de la isla, Ranguimotia (169m), donde han instalado tan "atractivamente" una gigantesca antena de telefonía, y desciende por el sur-este, pasando dos puntos de amplia visión del valle, donde hay varias extensiones de plantaciones de Taro, un tubérculo "muy venerado" en todo el Pacífico, con un azulado mar al fondo. Un desvío hacia el sur accede al poblado de Tamarua, donde se encuentra una de las iglesias mejor conservadas del archipiélago, la cristiana, rodeada de enormes robles en un jardín muy bien cuidado, y ahí reposan los cuerpos de los sacerdotes que han servido y vivido en ella. El poblado se encuentra también en lo alto de un Makatea, y las olas chocan con mucha fuerza, por lo que se puede oír en todo el entorno. Apenas se ve gente. Unos pocos niños juegan en la puerta de sus casas, mientras algunos mayores recogen madera de los alrededores. Tomando un desvío nuevamente hacia el interior de la isla se alcanza un bellísimo lago, el Tiriara, bordeado por una densa vegetación, altísimos bayanos y palmeras. Pero lo que lo hace fascinante es la espectacular visión de una enorme cueva en la base de un altísimo acantilado e inundada hasta su mitad por el agua a la que se puede acceder con una pequeña embarcación. Hay una tarima con bancos y una mesa al borde de la carretera donde se puede descansar y observar todo el entorno. Siguiendo la ruta, ésta se puede acortar a través de la carretera sobre el Makatea que bordea la costa, pero sigo prefiriendo el camino paralelo, por el interior hasta Oneroa. Al atardecer me bañaba relajadamente en el muelle. De vuelta a casa una parada en la tiendilla del pueblo para tomar unas cervezas sentado en una pequeña mesa de bayano que se encuentra fuera, junto a la carretera, mientras veo pasar de un lado a otro a los pocos vecinos que aquí habitan en scooter. Algunos chiquillos se acercan para saludarme y preguntar las de rigor... de donde eres, como te llamas, por que aquí...
Al anochecer un CD de música polinesia suena en casa. Han aparecido dos, uno de ellos tan gastado que se podía ver a través de él. Aprovecho para hacer mi mini colada. Una camiseta y un pantalón corto. Mientras la sopa con fideos japoneses de paquete se va enfriando un poco, sentado en el pasillo-corredor y con una ligera brisa que viene del mar voy leyendo los lugares que visitaré mañana. El té ya no quema tanto y hace la lectura más amena, mientras las piernas me echan humo. El cansancio facilitará el sueño, y la cama me espera, rodeada de una mosquitera que cuelga del techo e impide que los mosquitos me "linchen". Pero a las tantas, un extraño klackido me despierta. Enciendo la linterna... un cangrejo rompe cocos, de muela descomunal, está junto a mi cama. Ha entrado en la habitación y la está tomando con mi zapatilla. La luz lo ha cegado por un momento. Desde que lo toco con la zapatilla un inesperado ataque me hace saltar a la cama. Cabroooon, me asustó. Al lado una cucaracha se esconde bajo la pared de madera que separa las habitaciones. Creo que ha pasado a la otra. El cangrejo no huye. No lo puedo sacar de aquí. Apago la luz... y hasta mañana pues.
Por la mañana, noto las agujetas... y las ocho preparo un nescafé de casi medio litro, y desayuno unos mangos y una papaya que había cogido ayer por el camino. La familia no ha llegado. Ellos viven en otra casa, por lo que la tengo toda para mi estos días. Recojo la camisa tendida y me la vuelvo a poner.... "ahora huele mejor!". Directo en busca de una cueva perdida, aunque es necesario ir con guía local me atrevo por mi cuenta, pues no podría pagar su servicio. Te Rua Rere... suena africano!. Sé que hay restos óseos porque lo leí en L.P. Varios cruces de caminos me hacen perder la ruta, casi dos horas desperdiciadas, y encuentro las cuevas... pero hay tanta maleza que no me permite atravesarla. Ahora es cuando se echa de menos un guía y sus habilidades con el machete... Vale... la próxima vez seré más cauto!!. Siguiendo un camino hacia en noreste se llega a Kerangam un poblado de unos 60 habitantes, la mayoría niños. Y a un kilómetro y medio a Ivirua. Descanso en una tiendita de comestibles mientras un refresco de naranja calma mi sed. La dueña sale y se sienta frente a mí. Charlamos casi una hora de la vida en el pueblo. Y ahí comienzo a tener problemas con los pies. El calzado me ha hecho ampollas en varios dedos. Muchas horas de pateo por duros tramos de coral. Un poco más allá se encuentra los bungalows Aramoana, junto a unas calitas de arena coralina.
Uno de los caminos que abandona el pueblo de Ivirua hacia el interior pasa a través de un estrecho desfiladero de Makatea de casi 100m por unos 20m de altura de coral fosilizado, y de donde han crecido árboles y plantas gigantescas colgados del mismo, desafiando la gravedad. Es impactante atravesarlo. Por momentos la temperatura sube algunos grados y la humedad se siente excesivamente. Al cabo de unos minutos se llega a una amplia plantación de Taro, y que hay que atravesar, entre el fango, donde se conecta con otro camino que sube nuevamente al Rangimotia, para bajar por el lado oeste hacia Oneroa. Esta vez ha sido 9h, y ahora casi que no puedo caminar. Han reventado las ampollas por mi testarudez.
Por la noche unas curas y me pienso si éste es el final de los pateos en Mangaia. El siguiente día es el vuelo de regreso, no hay más hasta el lunes y apena me queda dinero. Aparte, no podré patear en par de días. Si voy a Atiu, otra pequeña isla aquí cerca, podré curar los pies, pescar y sacar dinero del cajero. Así que no cambio el billete y regreso.
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