2/11 - No me he levantado muy bien de los pies, y decido seguir la ruta planeada, visitar la isla de Atiu. En la oficina de Air Rarotonga en Oneroa me confirman que hay un vuelo a las 4 de la tarde desde Rarotonga a Atiu. A las 9:30 PapaToro me alcanzaba junto a su mujer al aeropuerto. Llegamos media hora antes. Perfecto, podré ver aterrizar al bimotor en esta enana pista... No hace nada de viento y esta completamente soleado. Un aterrizaje perfecto. A los 40 minutos ya estaba en Rarotonga. Un salto rápido en bus hasta Avarúa, saco dinero del cajero y compro un billete que me va a permitir hacer Rarotonga-Atiu-Aitutaki-Rarotonga, pues en la agencia de viajes Jetsave es más barato que en el aeropuerto. De paso, en el supermercado de la capital compro unas provisiones para el viaje porque los lugares donde me voy a quedar tienen cocina de uso compartido. Aprovecho para almorzar en los jardines de la avenida y llegar a tiempo al aeropuerto para mi siguiente enlace. Se está nublando y tiene pinta de llover. Habia telefoneado ayer a Jossie en Aitutaki y tenía habitacion en su casa, pero en hostal Are Manuiri de Atiu no me respondian, por lo que desde la misma agencia Jetsave me consiguieron las noches vía ordenador. Todo controlado de momento. Dentro del aparato, el mismo precisamente, hay 4 locales y un canadiense bajito, muy introvertido, de mirada esquiva, pequeña gafas culo-botella y voz de teniente Colombo... Otros 45 minutos de vuelo perfecto. Una ligera lluvia nos recibe en la terrosa pista del aeropuerto. También Andrea Emke, con 2 guirnaldas de bienvenida de flores naturales. La otra es para Roy, el canadiense que también se queda en el mismo lugar que yo. Ella es la dueña de Are Manuiri, artista bohemia, alemana, afincada desde hace muchos años en la isla, fabrica en su taller tejidos tradicionales polinesios y los pinta con sustancias naturales. Su marido tiene una de las dos plantaciones de café existente en la isla, e importa todo a N.Z., Australia y Cook. Los otros pasajeros son recibidos por sus familiares igualmente con guirnaldas, un hecho muy normal en estas islas. Dan suerte al que se va y al que regresa. Cuando lo ponen alrededor de la frente del visitante es signo que la familia lo acoge en su casa. Con su 4x4 nos llevó primeramente entre caminos estrechos de piedras y coral, bordeados de palmeras y frondosa vegetacion al muelle de descarga, y donde es posible nadar en un espacio de casi 25 mts fuera de todo peligro, ya que a algunos cientos de metros afuera hay tiburones. Sería verdad? Dos dias mas tardes me pondría aletas, gafas y tubo para explorar la salida del muelle. Al menos en profundidad y agua más fría, la vista se pierde cuanto mas adentro se nada. Are Manuiri es la única de precio economico (30$), tiene 3 habitaciones de 2 camas, cocina compartida algo mal cuidada, baño, salón pequeño con un tresillo de bambú, mesa redonda de madera y una radio viejísima tambien de madera que sintoniza malamente la única emisora del archipielago. Lo más bonito es la entrada junto a un pequeño jardín donde hay 3 mesas, algunas sillas, y que coincide justo con la caida del sol. Está situada igualmente que el poblado, en el centro de la isla, quedando la costa libre de viviendas, y de gente. Ésta es también una isla rodeada de Makatea (alto risco coralino frente al mar). La lluvia continuaba al llegar a casa. Andrea aprovechó para mostrarnos los posibles tours que podriamos hacer en esta isla. Al menos el más interesante parece ser la cueva Anakitaki, donde habitan los Kopekas ( pequeños vencejos autóctonos de esta isla), en el interior de esta cueva, y es uno de los dos únicos del mundo que usan sonar para volar en la oscuridad sin tropezarse. Un paseito por el pueblo antes de que vuelva a llover me da una idea de como es. Toda la vida se desarrolla entre 5 iglesias de diferentes confesiones, 3 tienditas de comestibles, 1 panadería dulcería, donde hacen los peores donuts que jamás me haya comido, y 3 o 4 complejos de bungalows para alojamiento.
Al día siguiente, Marshall Humprey, un neozelandés, propietario de Atiu Tours nos recogía a eso de las 3 de la tarde en su Nisan 4X4 para llevarnos a recorrer varios centenares de metros en el interior del makatea fosilizado que se llega, a través de una apretadísima jungla de todo tipo de árboles, especialmente de viejísimos banianos, flores tropicales, frangipanis, hibiscus, hasta la boca de la cueva de los kopekas. Algo difícil de encontrar si se desconoce el terreno, como podría ser nuestro caso. A que me recordaba esto...? Bajamos por una escalera de aluminio de 5 metros a través de un enorme agujero, nos pusimos linterna en la frente y comenzamos a penetrar. Pasamos varias entradas diferentes, llenas de estalactitas/mitas de muchos colores difícil de explicar, hasta llegar a la zona principal. Extrañas formaciones milenarias, raíces colgantes de los banianos que se incrustan en el terreno, algunas de unos grosores inimaginables, y de densa vegetación. Tuvimos la gran suerte de poder ver los Kopekas en cantidades. Habían aparecido más. Los nidos eran abundantes este año, y muchos tenían crías. Para Marshall fue una gran alegría por el enorme esfuerzo que está realizando en la conservación de esta especie casi desaparecida desde hace algunos años. Lo oíamos antes de entrar en la cueva dando una serie de vueltas, pero una vez dentro cambiaban el sonido al poner en marcha su especie de "sonar", un clickclick muy extraño. También pudimos ver una abundante especie de cucarachas que igualmente habitan en el interior de la cueva. A la salida nos esperaban algunos hombres del pueblo que reunidos como casi todas las tardes en un Tumunu ( refugio de madera, bambú y techo de palma) sentados sobres pequeños troncos de árbol alrededor de un cuenco donde un comensal va sacando de una cubeta (hoy en dia es de plastico) un mejunje tradicional en esta isla, la cerveza local, (bush beer) hecha de naranjas, cebada y azúcar, fermentado, y por lo tanto, con un ligero toque alcohólico, y da en riguroso orden a cada uno un trago, mientras hablan, ríen o discuten los acontecimientos del día en el pueblo. Es parecido al ritual del kava de las islas del pacifico. En su momento, los religiosos de la época lo prohibieron. Pero los habitantes se escondían en la selva para seguir la tradición, transformándose en este tipo de celebración. Varias horas duró el festín, y cada uno dimos 5$ en agradecimiento a la invitación. Lo cierto que esto es algo que Marshall adjunta a la visita de la cueva. Todas las tardes éramos invitados por los muchachos del pueblo a volver al Tumunu y compartir con ellos un par de horas de risas. Es como hacer botellón, sin música, sólo con el sonido de fondo de la jungla.
Por la noche nos preparamos en la cocina de la casa unos espaguetis bolognesa de p......
4/11 - Es domingo. El día anterior tocó a la iglesia evangelista del 7* dia. Ahora a la iglesia cristiana, la católica y la protestante. Nadie hace absolutamente nada. Solo ir a misa y recogerse en casa con los familiares. Me he levantado con la intención de acudir a todas ellas. No tienen el mismo horario, por lo que podré comprobar los diferentes ritmos en los cantos religiosos. A las 9 comenzaba la católica, es la mas próxima a Are Manuiri, y a las 9:30, mientras me acercaba, ya comenzaba a oir la emocionante entonación de sus cantos, a dos o tres voces, y que me recordaba a los cantos tahitianos que habia oido en TV hace años. Y es que es el mismo ritmo en todo el Pacífico. A la 10, la cristiana, tambien bastante emotiva, y la adventista con su propio grupo musical, y un sacerdote parecido a James Brown, que iba predicando mientras los feligreses contestaban con ligerisimo murmullo. Que mieeeedo tantas religiones. De vuelta a casa, por la tarde, me encuentro con Roy que habia alquilado una moto. Fuimos por toda la costa este, parando por varias playas completamente solitarias, de poco mas de 40 o 60m de largo, de blanquisima arena coralina, entre calas de muros de makatea de metro y medio de altura, rodeada de espesa vegetacion. Maravillosos lugares para perderse con la pareja sin que nadie moleste. Lo único malo que tiene es que no se puede nadar por su escasísima profundidad. Terminamos bañándonos en el muelle de descarga y haciendo varias inmersiones. Grandísimas cantidades de peces de todos los colores y tamaños. Con unas cervecitas que traíamos en las mochilas hicimos el día, hasta que cayó la tarde. Al día siguiente hablamos con el vecino, un viejillo pescador que ya está perdiendo la vista, y nos fuimos en su destartalada ranchera al muelle a intentar pescar el "tiburón"... Nos enseñó a pescar como hacen los locales: caña de bambú, sedal de algunos metros amarrados a la punta y al centro por si rompe, un trocito de tira plomiza que utilizan para unir las uralitas de los tejados, un anzuelo oxidado, un cacho rejo pulpo... Cierto es que no cogimos casi nada. Él tampoco. Pero parecía que ya la pesca a él... como que no. Se aburrió a la media hora y se sentó en el coche hasta quedar dormido. Nosotros, de un lado a otro tentando a la suerte. Incluso aprovechando que la marea estaba bajando, nos acercamos más a la barra coralina que bordea la costa. Pero tampoco. Hay que hacer pesca de fondo. Lo poco que cogimos lo volvimos a tirar porque no se podía comer. También se alimentan de algas del coral de la orilla y es venenoso.
6/11 - A primera hora Roi marcha a Rarotonga, y vuelvo a quedarme solo en casa. Toda para mí. La musiquilla de la vieja radio de madera y que sólo sintoniza Radio Cook Island ameniza mi desayuno. Café local con leche en polvo, y par de donuts de hace 2 días. Ahora están mejor. Han endurecido algo y se pueden masticar. Sé que no haré digestión con ellos, y al que me queda lo miro con una idea... me lo llevare al muelle a pescar con él, a ver si los peces piensan igual que yo... Preparo mi equipo de pesca con el que viajo, gafas, tubo, aletas y toalla, y a pasar el día en el muelle. Casi una hora de pateo desde el pueblo, varias paradas para las oportunas fotos junto a las enormes palmeras de varias especies que atiborran el entorno y bordean toda la carretera. Unas inmersiones, cervezas, picoteo y casi 4kg en pesca. Pero ninguno vale para comer, aparte son muy pequeñas, así que las vuelvo a tirar a la marea. Al menos he pasado un divertido día mientras me bronceo un poco.